Rosario de Acuña y Villanueva
Rosario de Acuña y Villanueva fue una escritora, periodista, poetisa, feminista, republicana, anticlerical y animalista destacada. Hija única de una familia aristocrática, padeció a los tres años una enfermedad ocular que le producía ceguera temporal, lo que la llevó a ser educada en casa. Estudió historia, literatura y ciencias naturales, entre otras materias.
Con tan solo 24 años, comenzó su carrera periodística con una primera colaboración que marcó el inicio de una prolífica trayectoria. En 1876, estrenó su primera obra teatral, Rienzi el tribuno, una pieza dramática contra la tiranía y a favor de la libertad, que le otorgó un reconocimiento generalizado.
Su matrimonio con un oficial del ejército terminó en ruptura debido a las repetidas infidelidades de su esposo. Rosario de Acuña fue la primera mujer a la que el Ateneo de Madrid dedicó una tertulia poética, en la que presentó su obra más osada y polémica: El Padre Juan, una crítica mordaz a la Iglesia católica.
Se unió a la logia masónica bajo el nombre de Hipatia y se declaró librepensadora, laica, republicana y firme defensora de los derechos de las mujeres y de los animales. Su compromiso con la justicia social la llevó a residir en diferentes lugares del norte de España junto a su madre y Carlos Lamo, con quien pasaría el resto de su vida. Su amor por la naturaleza y los animales la impulsó a crear una granja de avicultura que favoreció la economía local y escribió textos dirigidos a las mujeres rurales, apostando por la transformación social.
Tuvo que exiliarse en Portugal durante dos años después de defender a unas estudiantes universitarias. Finalmente, se estableció en Gijón, en la casa del acantilado, donde vivió hasta el final de sus días, rodeada de la naturaleza que tanto amaba.
Rosario de Acuña fue mucho más que una escritora y activista; fue una pionera que desafió las normas de su tiempo y luchó con determinación por la igualdad y la justicia.
La recordamos con estas palabras de su artículo “A las mujeres del siglo XIX”:
«¡Sí, hermanas mías! El catolicismo, rigiendo la sociedad, es la esclavitud, el rebajamiento y la humillación para la mujer: los varones, dentro de esta secta, podrán acaso individualmente (aunque es difícil), por causas ajenas y aún contrarias al dogma que profesan, considerar a las mujeres como su semejante, ¡alto ideal que toca a nuestro sexo defender, aun a costa de cien siglos de tormento!, pero la doctrina, la esencia, el alma católica, nos lleva a ser montón de carne inmunda, cieno asqueroso que es necesario sufrir en el hogar por la triste necesidad de reproducirse. ¡He aquí el destino de la mujer católica! Fuera sofismas ridículos y necias exclamaciones del idealismo cristiano, la mujer, en la comunión de esta Iglesia, es solo la hembra del hombre…”.
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