El 5 de septiembre de 1791 en Francia se gestaba uno de los primeros manifiestos feministas en plena Revolución Francesa. En ese momento histórico, Olympe de Gouges hizo lo impensable: retó a la sociedad patriarcal escribiendo la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana.
Olympe no solo exigió derechos, sino justicia. Pidió que las mujeres fueran escuchadas, valoradas y tratadas como iguales. A través de su pluma, reclamó algo que aún hoy sigue siendo una lucha diaria: nuestro derecho a ocupar espacio, a decidir y a ser protagonistas de nuestras propias vidas.
En sus propias palabras, lanzó una llamada que sigue resonando siglos después:
“Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible. […] Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo”.
Pero Olympe nos dejó también la semilla de la lucha. Una lucha que cada una de nosotras continúa, paso a paso, hacia la equidad.
Hoy, seamos Olympe. Seamos las que no se callan, las que alzan la voz por quienes aún no pueden, las que creen en un futuro más justo. La revolución es nuestra. Sigamos conquistando lo que merecemos.
No puedes copiar el contenido de esta página